¿Cómo afrontar los cambios en la madurez?
¿Qué significa ser una persona madura? ¿Cuando se llega a la madurez cerebral? ¿Cómo afrontamos los cambios en la madurez? ¿Cómo alcanzamos la madurez emocional? En este artículo te damos respuestas a estas y otras preguntas sobre la madurez.
¿Qué es la madurez?
La madurez podría considerarse un estado en el que un organismo alcanza el grado máximo de desarrollo sus funciones, a partir de la cual las funciones y tejidos empiezan a declinar gradualmente.
Sin embargo, en los humanos es prácticamente imposible determinar una única edad en la que alcanzamos la madurez, ya que algunas de nuestras funciones o procesos maduran antes y otros después, incluso algunos pueden no alcanzarse nunca.
Gordon Allport utilizó 6 criterios para dar una definición de madurez (o personalidad saludable).
- El primer criterio es la “auto-extensión“, que se define como una participación auténtica de la persona en algunas esferas importantes de nuestra vida, como el trabajo, vida familiar o política.
- El segundo criterio es la habilidad de relacionarse de forma cálida con otros, tanto de forma íntima (amor) como de forma no íntima (compasión).
- El tercer criterio es seguridad emocional o auto-aceptación, la habilidad de vivir con nuestros propios estados emocionales.
- El cuarto criterio es percepción, pensamientos y opiniones realistas, es decir, ver el mundo como es y no distorsionarlo para que se ajuste a nuestras propias necesidades.
- El quinto criterio es la auto-percepción y el humor, es decir, conocernos y ser capaces de reírnos de nosotros mismos.
- El sexto y último criterio tener una filosofía de vida unificada, es decir, tener una comprensión clara del propósito de nuestra vida.
Aunque en español se tiende a denominar “edad madura” a aquella que sucede tras la “juventud”, entre los 40 y 60 años. Y es que, como veremos, las personas alcanzamos nuestro nivel óptimo de funcionamiento alrededor de los 25 años, a partir de entonces comienza el proceso de envejecimiento celular, cuando las células empiezan a fallar en su proceso de regeneración. Sin embargo este proceso es muy gradual, y depende de muchos factores, como la genética y el estilo de vida. En la “edad madura” estos cambios ya son evidentes y tienen consecuencias a nivel fisiológico y psicológico.
En la siguiente canción, el personaje Olaf de la película Frozen 2 te cuenta su particular visión sobre qué implica llegar a la madurez.
¿Cuándo se alcanza la madurez?
Desde hace siglos hemos intentado definir la edad en la que alcanzamos la madurez, en la que nuestra capacidad de toma de decisiones y de raciocinio puedan considerarse adultas. Por ejemplo, en la Inglaterra del siglo XIII, a raíz de ciertas preocupaciones feudales, se incrementó la edad de la mayoría de edad de los 15 a los 21, aludiendo a la fuerza que necesitaban los varones para luchar montados a caballo.
Actualmente hay disparidad en la edad en la que cada país considera que se es adulto. Además hay diferentes edades para diferentes actividades, por ejemplo en España la mayoría de edad es a los 18 y hasta esa fecha no puedes legalmente beber alcohol, conducir… pero a los 16 años puedes trabajar. En otros países puedes conducir a los 16 años y no puedes beber alcohol hasta los 21…
Aunque se ha llamado a la neurociencia para determinar la edad de la adultez, hay muy poca evidencia que apoye la edad de 18 años como un marcador preciso en el inicio de capacidades adultas. Y es que, la evidencia científica sugiere que el pico óptimo de nuestras capacidades mentales sucede varios años después.
Tampoco está claro si las técnicas de neuroimagen (las que proveen imágenes sobre la forma y el funcionamiento cerebral) nos ayudan a establecer guías genenerales o las variaciones individuales son tan grandes que no se puede establecer un marcador biológico para la madurez de juicio.
Y es que cada individuo crece y se desarrolla a un ritmo diferente. Aunque hay etapas y años más o menos descritos por la literatura científica, lo cierto es que hay muchas diferencias individuales. Estas variaciones dependen de la genética y el ambiente en el que se mueve la persona. Cierto tipo de estimulación puede favorecer el desarrollo de ciertas habilidades.
A la pregunta de cuándo se alcanza la madurez no podemos darle una única respuesta, pues depende de a qué tipo de madurez nos refiramos. Por ejemplo la madurez sexual humana se produce durante la pubertad, aproximadamente entre los 11 y 15 años. En las mujeres podemos establecer la madurez sexual con la menarquia (el inicio de la menstruación).
Si nos referimos a la “edad madura” es algo muy relativo y depende del ritmo de envejecimiento de cada persona y cómo cada individuo se sienta, aunque de forma un poco arbitraria podríamos considerar los 40 años como edad orientativa.
¿Cuando se alcanza la madurez cerebral?
A lo largo de la infancia y al inicio de la adolescencia las áreas de la corteza cerebral se engrosan y las conexiones entre neuronas proliferan. En la corteza frontal (el área típicamente encargado de la conducta planificada, la atención, la memoria de trabajo) alcanza su máximo volumen aproximadamente a los 11 años de edad en niñas y a los 12 en niños, exhibiendo una sobreproducción de dendritas (parte de la neurona que conecta con otras neuronas).
A partir de ese momento se produce lo que se denomina poda sináptica, aquellas conexiones inútiles o poco usadas desaparecen, haciendo el funcionamiento cerebral más eficiente. Esto resulta en una especialización de las áreas cerebrales. Sin embargo, esa pérdida de conexiones no se ve en ciertas zonas del cerebro hasta la adultez temprana. En general esta poda se produce desde la parte trasera hasta la parte frontal del cerebro. A grosso modo las primeras zonas en madurar sería el área visual, pasando por el área motora y auditiva y por último el area “racional”.
Tras esta poda, las conexiones entre neuronas que quedan se refuerzan, haciendo más rápida la transmisión de impulsos eléctricos. Algunos estudios como este muestran que ese refuerzo no se produce en la zona frontal hasta los 20 años o más. Lo mismo ocurre con el sistema límbico, el área cerebral de procesamiento emocional.
De hecho, un estudio con 168 participantes sugiere que, mientras la madurez cerebral general se alcanza alrededor de los 23 años, la madurez de la corteza frontal no se alcanza hasta pasados los 30.
Sin embargo, de todos esos datos surge la dificultad de aplicar patrones generales de neurodesarrollo al individuo particular. Ya que, como hemos mencionado la variabilidad entre individuos es muy alta. De hecho según este estudio algunos cerebros de 8 años de edad mostraban un “índice de maduración” mayor que algunos cerebros de 25 años.
Tras el punto de función cerebral óptima, a mediados de la veintena, comienza el proceso normal de envejecimiento celular, en el que progresivamente todas las funciones corporales y cerebrales van declinando. Este proceso es muy lento y depende de la estimulación que le demos al cerebro.
7 Signos de madurez psicológica o personalidad madura
Según Tim Elmore podríamos considerarnos personas maduras si exhibimos los siguientes rasgos.
1. Una persona madura es capaz de tener compromisos a largo plazo
Un signo clave de madurez es la capacidad de retrasar la gratificación. Por ejemplo, un estudiante puede ser capaz de comprometerse con una asignatura incluso cuando esta no le motiva, pero lo hace porque lo necesita para acabar la carrera y tener un buen trabajo.
2. A una persona madura no le afectan los elogios o las críticas
A medida que la gente madura, antes o después se comprende que nada es tan bueno, ni malo como parece. Las personas maduras pueden recibir cumplidos o críticas si dejar que afecten al autoconcepto que tienen de sí mismas. Las personas maduras tienen seguridad en sí mismas.
3. Una persona madura es humilde
La humildad no es pensar peor de uno mismo, sino pensar menos en uno mismo. La gente madura no están obsesionados en desviar la atención a ellos mismos. Sino que ven cómo otros han contribuido a su éxito y los honran. Tampoco tienen miedo de reconocer sus errores. Lo opuesto es la arrogancia y soberbia.
4. Las decisiones de alguien maduro se basan en sus valores
Una persona madura vive acorde a sus valores, y son los que le dirigen a la hora de tomar decisiones. No actúa a la ligera ni se deja llevar por la emoción del momento. Es alguien proactivo en su vida.
5. Una persona expresa gratitud
Las personas inmaduras, sobre todo en países occidentales, creen que merecen todo lo bueno que les pase, dan todo lo bueno por hecho. Cuando maduras vas percibiendo que no hay que dar esas cosas por sentado, hay que apreciarlas, valorarlas y disfrutarlas mientras podamos.
6. Una persona madura sabe manejar sus emociones
Las personas maduras se conocen a sí mismas, tienen buen nivel de inteligencia emocional. No quiere decir que sepamos manejarlas siempre y no reaccionemos nunca mal, porque la madurez no significa perfección. Pero sí seremos más conscientes de nuestras emociones y habrá una tendencia a saber minimizar el impacto de las emociones negativas.
7. Una persona madura tiene en cuenta a los demás
Una persona madura significa dejar de ser egoísta. Es un rasgo típicamente adolescente el sólo estar pendiente de uno mismo. Cuando maduramos no es que nos olvidemos de nosotros, sino que tenemos en cuenta a los demás y sus sentimientos a la hora de actuar. Significa tanto cuidar de uno como de los demás.
Cambios de la madurez o edad madura
Cambios psicológicos en la madurez
Según este estudio en población finlandesa de entre 20 y 45 años, hay ciertos aspectos de nuestra personalidad que cambian a medida que cumplimos años. Para ellos una buena aproximación para el nivel de madurez de una persona es una suma de autonomía y capacidad de cooperación (que implica empatía e identificación con otros). Las puntuaciones para ambos rasgos aumentaron con la edad en el estudio. Con la madurez, tiende a llegar una mayor capacidad para regular las emociones, comportarse de forma racional a pesar de experimentar conflictos emocionales. Otro rasgo que cambia con la edad es la auto-transcendencia, que implica la consciencia de ser una parte integral de la unidad de todas las cosas, es decir, ver más allá de uno mismo, verse conectado con el universo. Esto implica cierto nivel de espiritualidad.
Los resultados del estudio sugieren que la problación finlandesa tiende a desarrollarse desde la desorganización a los 20 años (poca autonomía, baja cooperación y alta auto-transcendencia) a la organización a los 40 (alta autonomía, alta cooperación y baja auto-transcendencia). Sin embargo, otros estudios muestran que el rasgo de auto-trascendencia aumenta a la edad de 60 años.
La personalidad inmadura se asocia con multitud de psicopatologías, por ello, la edad y la madurez se asocian con menor prevalencia de trastornos psicológicos. Y es que el inicio de la mayoría de estos se sitúa en la adolescencia o en el inicio de la adultez.
En suma, podríamos decir que con la edad nos volvemos más autónomos, más capaces de gestionar nuestras emociones, menos impulsivos y más orientados a los demás.
Cambios fisiológicos en la madurez
Sin embargo, los cambios naturales de la madurez implica cierto declive en todas nuestras funciones corporales. Nuestro metabolismo base se enlentece, consumimos menos energía, lo que facilita la ganancia de peso si nos alimentamos de la misma manera. Esto también influye en el bombeo de sangre, que se reduce dificulta la realización de actividad física. La densidad ósea va disminuyendo, facilitando fracturas y afectando a la mobilidad. Todo ello contribuye también al aumento de peso y la disminución de la masa muscular y pérdida de agilidad. La vista, el oído, el olfato, el gusto pierden agudeza.
¿Cómo afrontar los cambios en la madurez?
Lo más difícil de afrontar son los cambios físicos que suceden. Las arrugas, el aumento de peso, la pérdida de forma física afectan a nuestra imagen corporal y autoestima. De repente somos conscientes de nuestra mortalidad, algo que hemos negado durante toda nuestra juventud, cuando nos sentimos prácticamente inmortales al ver la vejez tan lejos. Pero a esta edad empezamos a verlo más próximo y real, y esto naturalmente, asusta. Llegamos a la madurez en términos de pérdida, pérdida de belleza, de juventud. Además es muy probable que hayamos vivido el fallecimiento de familiares, amigos, conocidos. Y lo cierto es que el proceso de madurez no difiere mucho de los procesos de duelo.
En esta etapa también suceden cambios psicosociales, quizá los hijos se van de casa, se producen cambios en la vida sexual… También pueden aparecer cambios como la menopausia en las mujeres y un aumento de enfermedades físicas.
En el proceso de envejecimiento influye mucho nuestra genética, pero la genética es influida también por nuestro ambiente. Y es que hay genes que se activan o desactivan por nuestros hábitos de vida. Por ello, aunque el envejecimiento es inevitable, hay ciertas cosas que podemos hacer para retrasarlo o minimizar su impacto.
1. Hábitos saludables
Lo repetimos una y otra vez, pero un buen estilo de vida es esencial para sentirnos bien y prevenir una variedad de enfermedades físicas, psicológicas y mejorar su pronóstico. Por ello es esencial:
- Dormir bien. Durante el sueño se activan mecanismos de regeneración celular, sobre todo de nuestra piel. Por ello, el insomnio acelera el envejecimiento y disminuye nuestro bienestar.
- Manejar el estrés. El estrés crónico es el principal enemigo de salud, disminuye el sistema inmunitario, favorece el aceleramiento de los procesos de envejecimiento.
- Hacer actividad física: al menos 30 minutos de actividad moderada al día.
- Comer de forma saludable: (evitar los alimentos ultraprocesados, azucarados, reducir el consumo de carne y basar la dieta en alimentos vegetales poco procesados)
2. Mantén tu cerebro activo
No pierdas hobbies o empieza hobbies nuevos. Haz cosas que te motiven y te ilusionen. Aprende algo nuevo. Esto es esencial para retrasar o evitar la demencia.
3. Rodéate de tus seres queridos y se social
Tener un buen círculo social de apoyo. El contacto social es esencial para nuestro bienestar, y contrarrestar los sentimientos de tristeza y ansiedad que puedan aparecer a raíz de nuestro declive físico.
Además, con la edad tendemos a reducir nuestro número de amistades, y aunque esto no es necesariamente negativo, porque nos volvemos más selectivos y la calidad de nuestras relaciones suele ser mayor, a veces podemos experimentar sentimientos de soledad, ya que nuestros amigos, al igual que nosotros nos vemos absorbidos por un ritmo de vida frenético y no solemos tener mucho tiempo para socializar. Sin embargo, debemos aprender a priorizar y darnos cuenta de que es algo importante como animales sociales que somos e intentar encontrar tiempo.
4. Céntrate en lo positivo de la madurez
Como hemos dicho, aunque los cambios físicos no son agradables, la madurez nos aporta cambios psicológicos y sociales que casi siempre son positivos. Somos autónomos, tenemos más empatía, somos más estables emocionalmente. Además, a menudo tenemos una estabilidad laboral que no tienen las generaciones más jóvenes, quizá los hijos se han ido de casa y eso nos da una mayor libertad.
Intenta ver los cambio físicos como un símbolo de una mayor experiencia y sabiduría, de todo aquello que has vivido, los problemas que has superado y la resiliencia que has mostrado. Muéstrate agradecido por el hecho de llegar a esa edad, que ya es más de lo que, desgraciadamente, muchos alcanzan. Solo el hecho de seguir vivos nos da la posibilidad de seguir viviendo experiencias maravillosas.
5. Acepta los cambios
Esto no es algo fácil, y muchas personas luchan con toda su fuerza contra los cambios inevitables de la madurez. Los centros de estética se enriquecen a costa de nuestras inseguridades y sobre todo de aquellas que vienen por la edad. La presión es particularmente intensa hacia las mujeres. Si nos transmiten que nuestro valor procede en gran medida de nuestra belleza e imagen física de juventud, es natural que pensemos que perdemos valor como mujeres al cumplir años.
Sin embargo cada vez son más fuertes movimientos de mujeres que abogan por “la arruga es bella” o “libera la cana”. Porque es la sociedad la que nos ha dicho que los rasgos de la madurez no son atractivos. Pero lo cierto es que no son ni bonitos ni feos, todo depende de la actitud que tengamos. Y ganamos mucho más aceptándolos. Si dedicáramos todo el esfuerzo que le dedicamos a ocultar nuestra edad en otra cosa, como aprender un nuevo idioma, viajar, estar con amigos, familia, invertir en nuestro bienestar, seríamos sin duda mucho más felices.
Madurez emocional
Según la doctora Nicole Le Pera, la madurez emocional se define como la habilidad de procesar tus propias emociones y lidiar con situaciones vitales con voluntad, responsabilidad y flexibilidad.
La madurez emocional implica no depender de los demás para satisfacer nuestras necesidades físicas, emocionales o espirituales.
Algunos rasgos de madurez emocional son los siguientes:
- Ser capaz de ver la perspectiva de los demás,
- Permitirte ser vulnerable,
- Establecer límites,
- No intentar cambiar o “arreglar” a los demás,
- Tener empatía por uno mismo y por otros cuando se cometen errores.
- Cuidar de las necesidades personales
La inmadurez emocional sería justo lo contrario, incluyendo conductas como gritar, dar portazos y cualquier tipo de comunicación que no sea asertiva (como la agresiva, pasiva, o pasivo-agresiva). Descubre en el siguiente artículo todo sobre la asertividad y comunicación asertiva.
¿Cómo alcanzamos la madurez emocional? La clave es el autoconocimiento.
1. Se consciente de los detonantes emocionales
Comienza a darte cuenta de qué dispara tus emociones. Puedes llevar un registro si te es de ayuda. ¿Suele haber un patrón? ¿Es algo que dicen o hacen determinadas personas? ¿Son situaciones concretas?
2. Identifica cómo sientes tus emociones en tu cuerpo
Las emociones tienen un componente psicológico y un componente fisiológico. Muchas veces las notamos primero en el cuerpo y luego las racionalizamos. Un aspecto fundamental de la madurez emocional es saber reconocer las emociones a nivel corporal y distinguirlas unas de otras. ¿Siento tensión, debilidad, calor, un nudo en la garganta, en el estómago…? Toma nota de todo lo que experimentes.
3. Etiqueta tus emociones
Después de haberlas observado el siguiente paso es ponerle nombre. Te puede ser de ayuda tener a mano una lista de emociones y seleccionar la que más te encaje en cada momento. Esto puede parecer una tontería pero lo cierto es que crecemos siendo unos “analfabetos emocionales”, ya que no nos suelen educar en inteligencia emocional.
4. Aprende a mitigar tus emociones
Descubre qué técnicas o acciones son capaces de mitigar tus emociones negativas. Ve probando técnicas y toma nota de aquellas que funcionan y aquellas que no. Hay dos clases de técnicas: las activas (cosas que haces) y pasivas (cosas que no haces).
Algunos ejemplos de estrategias activas son dar un paseo, jugar con tu mascota, darte un baño relajante, realizar actividad física, realizar cualquier actividad que requiera esfuerzo mental… Algunas estrategias pasivas pueden ser, simplemente, no luchar contra tus emociones, sino dejarlas fluir y aceptarlas. Por ello, el mindfulness puede ser muy útil para aprender a manejar las emociones. Enfrentarnos a las emociones en una actitud de lucha sólo las fortalece y las complica. Si las dejamos que sigan su curso, de forma natural van reduciendo su intensidad.
5. Asume tu responsabilidad
Ser una persona madura emocionalmente implica que asumes tu responsabilidad de lo que ocurre en tu vida, tanto lo bueno como lo malo. Aunque no podemos tener el control de todo no estamos completamente indefensos en la vida. Siempre hay algo que podemos hacer.
Se consciente de cuando has cometido un error y discúlpate, admite cuando tienes un problema y necesitas ayuda, se consciente de cuando estás externalizando la culpa o culpando a otros sin razón, cuando muestras enfado hacia otros cuando en realidad estás enfadado contigo mismo.
Y es que a nuestro cerebro le encanta preservar nuestra autoestima culpando a otros por nuestros actos. Sin embargo esto solo tiene un efecto positivo en la autoestima a corto plazo, porque nos sitúa a nosotros como seres que pasivos que no tienen poder para cambiar nada. La responsabilidad nos sitúa como sujetos activos, devolviéndonos los mandos de nuestra propia vida.
Psicóloga General Sanitaria, experta en terapia sexual y de pareja. Ayudo a mejorar la calidad de vida de las personas mediante terapia psicológica y la comunicación a través de la red.